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lunes, 17 de marzo de 2008

LAS BOLSAS DE COLORES Abril 2008
Érase una vez un mendigo cuya principal actividad era la de recoger cartones de las calles para conseguir algún dinero. Las noches de invierno se refugiaba en el metro y, cuando le era posible, en la entrada de los cajeros; allí, al menos, nadie podía verle y descansaba con relativa comodidad. Era como una habitación de hotel para el mendigo.
Este hombre, al que llamaremos Perico, vive así desde hace mucho, mucho tiempo; el pobre ya casi ni recuerda. Ni siquiera la forma en la que llegó a esta situación y si alguna vez tuvo una casa o una familia. Es muy viejo y está acostumbrado a vagar por las calles libremente con la única compañía de los animales de los parques y las calles.
En el parque Cerro Almodóvar tiene muchos amigos: gorriones, tórtolas, palomas, grajillas, mirlos y, de vez en cuando, hacia el otoño, alguna abubilla que va de transición a Dios sabe qué otra parte del mundo. A las abubillas no se acercaba mucho, porque aprendió por experiencia propia que, si se asustan, sueltan un excremento con un olor tal, que ni él, que ya tiene el suyo propio, puede soportar. Con los pájaros comparte a veces su pan, y ellos se le acercan sin miedo y se quedan allí subidos sobre su cabeza y sus hombros, tal vez, porque saben que es un ser libre como ellos, y los seres libres no se hacen daño.
Perico tiene que pasear por los parques muy temprano o ya casi anochecido, porque la gente le mira con recelo y, cuando duerme sobre un banco en primavera, al suave sol de la tarde, los vecinos creen que está enfermo y llaman a la Policía y esto a Perico no le gusta nada. No quiere que le lleven a un albergue, no le apetece nada, necesita seguir siendo libre, aunque sí se acerca a los lugares donde le pueden dar una comida caliente. Desea mantener su libertad, recoger sus cartones, sus botellas, sus “basurillas” para añadirlas a ese carro del súper que encontró abandonado una tarde de verano.
Todo lo que encuentra lo echa dentro, lo añade al montón de cosas que arrastra consigo día a día, aunque el carrito ya va siendo muy pesado y el está muy viejo. A veces piensa en cuantos años debe tener, pero tampoco se acuerda.
Una tarde, mientras recoge basuras, ve a unos niños que llevan unas bolsas de colores. Una era negra, otra azul, otra amarilla y otra verde y con mucho cuidado las depositan en los contenedores que él desvalija cada día para añadir más objetos a sus pertenencias. Se quedó intrigado pensando el por qué esos niños llevan tres bolsas distintas. Se dio cuenta entonces de que los contenedores a los que las arrojaban eran de los mismos colores que las bolsas. Le dio vueltas a la cabeza para ver si encontraba alguna explicación.
Un día se paró ante el escaparate de un bar para ver la tele. No tiene dinero y con esas trazas…, la entrada a establecimientos de cualquier índole le está vedada. Miró el televisor para ver si se decía algo de todo aquello que le intrigaba, pero nada, siguió sin comprender. De tal modo, acudió adonde estaban los contenedores con el pensamiento de volver a verles y comprobar si repiten la misma historia con las bolsas de colores.
En efecto, los niños bajaron de nuevo e hicieron lo mismo. ¡Con qué ganas se quedó de acercarse y preguntar! Pero… ”No puedo hacerlo, se asustarán de mi, con estas barbas, esta ropa sucia y seguramente tendré un olor desagradable. Demasiado tiempo sin una pastilla de jabón”. Entonces decidió buscar un albergue para asearse y estar más presentable. Se acercó a un vehículo de los Municipales y les pidió ayuda.
Los policías le llevaron al Albergue de San Isidro, en la Vía Carpetana, y allí logró su propósito. Se aseó y, con alguna ropa mejor que la suya, pues su abrigo ya era muy viejo -lo encontró hace mucho tiempo en un contenedor- cambió su aspecto tan sucio por uno un poco más curioso. Más tarde se enteró de que hay mucha gente que recicla su ropa usada entregándola en parroquias y puntos limpios, o incluso en los mismos albergues, para que personas como él, sin medios para comprarla, puedan obtener algo mejor para llevarse al cuerpo, más nuevo y calentito.
Se le ocurrió que podría preguntar a las personas trabajadoras del centro el porqué de las bolsas de colores, pero le dio vergüenza y prefirió acercarse a los niños, seguro de que su explicación iba a ser más sencilla. Además, con su nuevo aspecto sí que se atrevería a hablarles de las bolsas de colores. Ya no daba miedo, así que aparcó su carro donde no estuviera muy a la vista y esperó pacientemente a que aparecieran una vez más.
Cuando llegaron, se acercó a ellos con más miedo que los propios niños que le miraron con más curiosidad que temor y les preguntó:
-¿Por qué está vuestra basura en bolsas de colores y las metéis dentro de esos cubos que son del mismo color?
Los niños se echaron a reír sin entender la razón de que aquel hombre no conociera el motivo de los colores de las bolsas y eso, al pobre Perico, le dejó desconcertado.
El papá de los niños, que estaba cerca, vino hasta él y, Perico se sobresaltó al ver acercarse a una persona mayor. Olvidó que ahora sus ropas no delataban su condición. El hombre, después de tranquilizarle dijo:
- Buenos días, señor. Las bolsas de colores son para reciclar todo lo que consumimos.
- Discúlpeme ¿Reciclar? ¿Qué es eso? – Preguntó Perico con los ojos muy abiertos
- Pues significa que todo lo que consumimos se puede volver a utilizar de otra forma. Por ejemplo: la bolsa amarilla contiene envases de plástico, botes, latas, tetra-briks; la bolsa verde es para todo lo que sea de cristal, como tarros y botellas, aunque no para vasos pues éstos contienen plomo y no se pueden reutilizar. Luego se pueden hacer de nuevo más botellas y más tarros, aprovecharlo para hacer grava para las carreteras y muchas cosas más, así no es necesario horadar la tierra porque los recursos de ésta también se terminan. El azul es para el papel, que sirve para hacer más papel y de ese modo no habrá que talar árboles para conseguirlo.
- ¿Y la bolsa negra? ¿También se recicla?
- Pues claro, la basura orgánica se usa para hacer combustibles y abonos para los campos y las plantas, de esa manera nos ahorramos los estercoleros y las incineradoras que contaminan el ambiente.
Perico quedó muy satisfecho con la explicación.
- Gracias por todo y perdone si he molestado a los niños.
El señor se despidió de él amablemente y se alejó con sus hijos
Se fue nuestro vagabundo pensando que, a partir de ese momento, no llevaría en su carro cosas que no necesitaba, por lo que en cuanto no le viera nadie, se acercaría a los contenedores y arrojaría en ellos todo aquello que fuera posible reciclar.
Estaba muy preocupado porque si para hacer papel se cortan los árboles “¿dónde van a vivir los pájaros? ¿Cómo voy a escuchar el rumor de sus hojas cuando el viento los mece? Son tan hermosos y dan tanta sombra... Y si taladran la tierra para sacar material para hacer cristal, se
romperán las montañas, los animales que viven en ellas desaparecerán y no podrá esconderse el sol detrás de ellas”.
Dándole vueltas a todo esto se fue Perico a buscar su carro de supermercado lleno a rebosar de todos estos desperdicios. Esperó al anochecer y se fue derecho a los contenedores. Separó todos los envases, cristales y plásticos que en él portaba, lo depositó todo en ellos, tal como había aprendido y se prometió que nunca más iba a recoger cosas que no necesitara.
“Reciclaré –se dijo- y así continuaré escuchando el piar de los pájaros a mi alrededor y ellos también se podrán cobijar a la sombra de los árboles en verano.”
Se prometió desde ese momento ayudar a la naturaleza y, por supuesto, seguir compartiendo su pan con sus amigos del parque Cerro Almodóvar.

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