Seguidores

jueves, 13 de enero de 2011

COMO CADA MAÑANA


- ¿Has oído eso?
- Sí, sí, ya han abierto, avisa a los vecinos, que vengan corriendo
- ¡Vecinos, vecinos, ya podemos acudir a comer, parece que abrieron temprano esta mañana!
- Sí, qué raro, aún está amaneciendo... Pero, si no espabilamos, llegarán otros primero y no alcanzará para todos.
- Pues venga, date prisa y despierta a los pequeños para que aprendan el camino, que mucho les va a interesar de ahora en adelante.
Poco a poco fueron llegando. Se posaron en las cuerdas de la ropa, en el alero de la casa de enfrente, en el tubo del gas, en las antenas de televIsión...y contemplaron cómo una mano asomaba por la ventana y compartía con ellos un poco de pan desmigado para que los gorriones empezaran bien el día.
La mano desaparece, se cierra la venta y empiezan a bajar y picotear ese pan tan rico y tierno que una persona, una vez mas, les ha invitado a desayunar, “como cada mañana”.
-

UN PEDAZO DE MI VIDA


Puerta de San Vicente (Avila)




En 1.965 los viajes a Ávila eran muy frecuentes. Sobre todo porque mi padrino Carlitos, nació allí. Con él y su esposa, mi madrina y tía-abuela Domi, preparábamos el petate y ¡hala! al tren. Aunque al parecer empezaron a llevarme a esta ciudad a poco de yo nacer, es decir en 1.953


El punto de partida era la estación denominada Del Norte, la que ahora es Príncipe Pío


De la Estación del Norte guardo aún, recuerdos de la niñez que siempre me van a acompañar, sobre todo porque aquellos viajes desencadenaron muchas otras cosasEra un lugar entrañable que guardaba todo el sabor amargo de unos tiempos de pobreza, de viajes en vagones con asientos de madera, de despedida de emigrantes que buscaban fortuna en tierras muy lejos de su país y de su familia. En esta estación despedimos a mi padre cuando emigró a Alemania. Desde el escalón del vagón nos decía adiós con la mano y mi hermano y yo, con 8 y 7 años respectivamente, a cada lado de mi madre le veíamos alejarse sin saber muy bien el porqué de aquella partida que duraría dos años.


Por aquel entonces yo viajo con mis padrinos Domi y Carlitos, pues en casa no hay muchos medios para hacerlo. Tuvieron una hija que murió con 2o días y yo me convertí en esto para ellos.


Uno de los viajes mas frecuentes era a Ávila. Recorríamos infinidad de estaciones y apeaderos y aquellos lentos trenes van incorporando en cada parada, viajeros de todo tipo, montañeros que con sus risas y sus macutos invaden todo el pasillo, lo que imposibilita prácticamente salir siquiera al triste, sucio y cutre WC


Carlitos cuenta en Ávila con amigos y familia, por lo que incluso las vacaciones de verano las disfrutábamos en esta ciudad. No se puede ir a un hotel. En esos años era algo de súper lujo, por lo que una habitación con derecho a cocina, en casa de unos conocidos fué la mejor solución. De todas formas la mayor parte de las veces almorzámos en Piquío, restaurante propiedad de un amigo de Carlitos quien además, le regaló esa preciosa foto de las murallas que ahora luzco orgullosa en la pared principal de mi casa. El aperitivo, por supuesto en Casa Patas tomando, naturalmente su famoso picadillo. ¡Huuuuuum, que rico!


Aquella gente de la pensión era cariñosa y educada y siempre nos acogieron con mucho afecto y simpatía. Ya porque los veraneantes suponíamos una fuente de ingresos, ya porque además iba esta niña pizpireta, y algo resabiada por la educación tan cursi que mis padrinos me inculcaban -¡menos mal que no prosperó!- y que les alegraba un poco la vida sin demasiados alborotos que se vive en provincias.


Cumpli junto a ellos , con las visitas obligadas: Ifigenio y Emérita con sus hijos Ricardo, Joaquín y Antonio; Josefina, la “tía Jose”, que enviudó muy joven por culpa de un antibiótico que inyectaron a su marido sin saber que era alérgico. Esas cosas que ocurrían en aquellos años de ignorancia. Siete son sus hijos, de los que recuerdo los nombres de dos o tres, además de uno adoptado. También vista de rigor a la prima Angelines y a toda su familia Lafarga.


Algunas tardes nos acercábamos a la Ermita de la Virgen de Sonsoles a merendar. Tortilla de patata, gaseosa La Casera...Recuerdo que una vez Domi subió descalza por una promesa a la Virgen a cambio de que yo sanara de no sé que enfermedad grave que me afectó cuando era niñ. Nosotros, Carlitos y yo, sentados en el autobús, la vimos caminar por encima de las piedras. Extraños sacrificios que por curar a alguien destrozan las carnes de quien los ofrece.


Por supuesto ahí están los paseos por el Rastro, por El Grande, que en realidad es la Plaza de Santa Teresa, y que ha cambiado tantas veces en tantos años. Quizás sea la única parte de Ávila clásica que sufre infinidad de modificaciones a lo largo del tiempo. El mismo Café Pepillo donde servían un maravilloso chocolate con churros y en cuyas mesas estaba siempre dispuesta una jarra con agua, ¡cuanta sed da el chocolate! Estupenda costumbre ya perdida en todas partes. Este café tan típico y entrañable desapareció un buen día para dar cabida a una sucursal del Banco Hispano Americano, como en la canción de Sabina.


El Mercado Chico, plaza pequeña donde, como su propio nombre indica, se instala un mercado una vez a la semana.



Las tardes y algunas mañanas, eran típicos los paseos por los parques. San Antonio, San Roque…y beber agua en aquellas fuentes verticales a las que me aupaba Carlitos porque yo era tan pequeña que me era imposible alcanzarlas para, simplemente mojarme los labios,.



Visita obligada también a las peñas de la estación, eran así como la recogida de espigas para ser lucidas posteriormente en el jarrón del pasillo del piso de la Glorieta de Embajadores. Allí vivieron mis padrinos, estos dos seres maravillos, que afortunadamente encontré mi vida y a los que jamás olvidaré. Cada vez que paso por delante de su casa algo dentro de mí se mueve y me emociona.


Gracias a Carlitos entré en el Hogar de Ávila para incorporarme al grupo de teatro y en esta actividad que para mi fué tan importante, estuve durante más de 15 años viviendo en cada uno de los personajes interpretados la vida de otras seres. Con ellos y por ellos, he aprendido a conocer a las personas y a saber ponerme en su lugar. Y no solo en esta casa regional, sino en otros grupos de Madrid en los que participé posteriormente. Hice amistad con gente maravillosa y también se cruzaron en mi camino personas que desearía olvidar y que esta cabeza mía guarda en un maldito y no deseado rincón que más valdría derribar. Pero todo forma parte de la vida y supongo que ha de estar ahí y así no volver a caer en los mismos errores.


Por el "HOGAR" (así nos referíamos a él) y gracias al teatro, conocí a Paco González. Hicimos una buena amistad enseguida que duró muchos años, hasta que un cáncer maldito lo arrancó, demasiado temprano, de mi y de las personas que lo queríamos . Le recordaré siempre. Fue mi amigo y mi maestro y me ha dejado en el corazón un enorme vacío. Hace años que se fué y no hay un solo día que no lo recuerde y sienta que la emoción se pega a mi garganta. Le echo de menos. “No perdono a la muerte desatenta”. (1)


Ya los viajes a esta ciudad que amo, con tantos recuerdos, para mi tan entrañable, no son iguales. Últimamente he ido en mi coche. Los trenes ya no son lo que eran. No hay un pasillo donde salir a dar un paseo y charlar con la gente. Son como el metro. Además llegas mucho mas pronto, cosa que se agradece pues cuatro horas en un tren para hacer ciento y pico kilómetros….La verdad es que no he vuelto desde que Paco nos dejó. No me queda nadie a quien visitar, solo las murallas maravillosas, los Cuatro Postes desde donde la vista de la ciudad te transporta a la edad media. Es como si fueran a aparecer de repente, cabalgando loma arriba, los caballeros con sus brillantes armaduras y sus caballos blancos. Siempre tengo esa sensación cuando miro Ávila desde este lugar, a pesar de que lo he hecho tantas y tantas veces. Para mi contiene magia y unas vibraciones positivas que me llenan y me envuelven. Quiero entrar de nuevo en sus iglesias románicas únicas donde ahora hay que abonar un tributo para visitarlas. Es como pagar para entrar en tu casa. Y no porque, como se dice, es la casa Dios y por tanto la de todos. Es porque para mi Ávila es mi casa y si entro en un templo es por recordar, por volver a ver esas obras de arte que son las iglesias mismas y que sus “administradores” quieren explotar. Quiero volver a sentir el silencio y el recogimiento que guardan sus muros y su sencilla decoración, tal como al Románico corresponde. No quiero pagar por eso, creo que no se debe hacer


De cualquier forma, en tren, en coche , espero volver. Se que echaré de menos a mucha gente y muchas cosas. Va a ser inevitable. ¿Cumpliré mi sueño de terminar mis días en Ávila? Me gustaría pero… a saber.



(1) Del poema “Elegía” de Miguel Hernandez.